Katinaj

 La producción de Rubén Romano se inscribe en una poética. Poética específica, si consideramos la ampliación de este término que hizo P.Valery de una obra literaria a todos los géneros artísticos. Es el dominio del hacer artístico, con vistas a la producción de un objeto que se ofrece. Esto nos facilita ir al encuentro de su producción artística y dinamizar (jugar) todos los elementos relevantes para su recepción. Y esto ya es un buen comienzo.

Hay un conjunto de acciones diversas que podemos actualizar con estas fotografías, podemos leerlas, algunos las analizarán, sencillamente mirarlas, la mayoría las disfrutará, verlas con indiferencia no es una opción.

«La riqueza de una obra esta en su apertura» (U. Eco).

En este sentido su obra se nos aparece como un campo abierto de posibilidades interpretativas, de sutiles reconfiguraciones formales, inter textualidades, y (mucho más cerca de lo cotidiano), a lecturas variadas. Esto nos habilita a una recepción de su obra en su carácter eminentemente artístico, pero también lecturas y usos no necesariamente estéticos y más instrumentales.

Es poesía y es ciencia.

Una vez más nuestro autor dominando la técnica y aun constreñido por la mecánica, puede ofrecernos un producto cargado de vida en toda su complejidad.

La presente disgresión no se verá entonces como exégesis de su obra ni como su interpretación, que quedará a cargo de especialistas. Otro será el lugar para los abordajes intertextuales, sin lugar a dudas, y no porque resulten novedosos y haya que hacerlos, sino por necesidad del objeto. «La flexibilidad pragmática del signo fotográfico, dice Schaeffer, sin dejar de ser irritante es muy estimulante». Como señalé ut supra, pretendo poner en evidencia el carácter de «obra abierta» en el sentido de U. Eco en la producción fotográfica de Rubén Romano, todo ello en el contexto de una poética fotográfica.

El corpus que nos ocupa da cuenta de una experiencia peculiar que, sin ser novedosa, se da todo en un acto. Por lo menos, es lo que nuestros hábitos perceptivos nos dicen. Pero la producción social de sentido comenzó antes y no se ve el final.

El actor fotográfico conlleva una toma de posición, elecciones y decisiones concomitantes que deberá tomar. Y poco a poco nos vemos inmersos en un proceso complejo que inicio nuestro autor y se completa con el receptor.

Estamos en situación de concertar un contrato visual con el autor, nosotros: hermeneutas, científicos, simples lectores y receptores de sus imágenes. Involucrando de este modo el proceso de producción, circulación, reconocimiento o consumo de imágenes fotográficas. Pero hay más, como destinatarios y consumidores de imágenes no podemos librarnos de la máxima responsabilidad en la práctica interpretativa, incluso como co emisores y (co autores, como caso hermenéutico límite), en tanto debemos decidir, en algún momento, a cuáles códigos se ha de referir el significante icónico indicial que se nos presenta.

Corren por el mismo camino la sociedad y toda producción de sentido.

Sin lugar a dudas, la empresa de tematizar pueblos originarios implica riesgos de caer en veleidades pintoresquistas y lugares comunes. Certeramente aquí los riesgos se atenúan y vigorosamente cobran vida el chamán Tiluk (no es un chamán cualquiera, es Tiluk), los cazadores con sus perros, el barullo de los niños, el arrobamiento de Watiyó, o lugareños que sin apuro ven pasar la tarde.

Casi kitsch seria patentizar inicialmente estas fotografías como «encuentro entre culturas», es un paso en ese sentido pero no es todo. Son la apertura a un mundo singular, el mundo del autor a partir de su mirada, y en muchos casos, la recuperacion de un mundo invisible a los habitantes de nuestro país. Detectando el punctum en las imágenes, nos apercibimos de otros mundos, otros significantes entran en mi mundo. Radicalmente, felizmente, «concordamos» con ellos.

Estas imágenes fotográficas podrán contribuir al proceso de construcción de subjetividad en los wichis y otras comunidades, en tanto imágenes de sí mismo confirmadas, rechazadas o aceptadas como propias. No hay muchas recetas para construir el yo y el tú, individual y socialmente, es una labor que implica tanto a las comunidades indígenas como a la cultura hegemónica. También estas comunidades están abocadas a la construcción del «otro».

No deberíamos olvidar que la comunidad wichi también es receptora de las imágenes en cuestión, a partir de sus propias condiciones socio culturales y simbólico representativas de apropiación. Guardan las fotos que poseen, se reconocen en ellas, disfrutan de ellas, los alegra.

Sigue siendo de utilidad confrontar sus propios códigos de lectura, explicación y clasificación con los propios de nuestra cultura hegemónica.

Análisis e investigaciones actuales de la antropología visual y de la fotografía de contenido etnográfico rescatan acertadamente la relevancia para el estudio social, de los regímenes de representación en los mismos sujetos captados por la cámara.

Por otro lado, el aporte icónico indicial del dispositivo fotográfico nos permite percibir un espacio elaborado inconcientemente en el acto mismo de fotografiar. Es decir, existe un rango inespecificado entre la intencionalidad del autor y los diferentes registros de lectura de la imagen fotográfica.

La mirada de la mirada del autor podrá recrear, sin duda, otros contextos inaccesibles para nuestros marcos interpretativos. Sin llegar a ser una tesis incontrastable en la teoría sobre la imagen fotográfica, ésta temática está siendo objeto de investigación.

Prima facie, lo que hacen estas imágenes es solo «mostrar» y nada más. Las fotografías son una pieza más del juego de la vida social y la cultura. «Compartir concordando» un mundo como iguales (no me viene a la mente en castellano una palabra que sintetice «vivir» y «afectivamente»), justificaría una hermenéutica saludable y no de dominación. Sería una forma de evitar sobreinterpretaciones no siempre legítimas que rebasan la imagen fotográfica y de paso atenuamos las connotaciones invasivas de la toma fotográfica.

Encuentro, identidad y diálogo. Se advierte en las sucesivas tomas respeto y delicadeza, no hay extravagancias y hasta una cierta ingenuidad al abordar la naturaleza, los sujetos o los objetos culturales.

Estas fotografías nos interpelan, nos convocan a «hablar y mirar» de igual a igual con los aborígenes (de aquí el porte digno de los que posan, y de los que sin posar, saben que los están fotografiando).

La imagen del chamán en la celebración del katináj no revela inicialmente una simetría, no aparece un centro, tiende al desequilibrio parcial. Bien, dentro de los procedimientos visuales canónicos, son algunos de los recursos, buscados y no buscados, que aquí sugieren naturalidad, lo espontáneo, imprevisto y frenético. 

Al parecer, Rubén Romano logró captar aquel instante fugaz cuando lo extraordinario nos sorprende y nos sale al encuentro.

                                                                                                                           Francisco Bastías*

* Francisco Bastías es profesor en Filosofía por la Universidad de La Plata